Vivaldi (1678-1741) – Las estaciones cambian, pero la música de Vivaldi florece eterna en la sinfonía del tiempo.
J.S. Bach (1685-1750) – Entre notas y contrapuntos, Bach construyó catedrales invisibles, donde el alma encuentra la paz, donde la fe no necesita palabras, solo el sonido de la eternidad.
Handel (1685-1759) – La grandeza de Handel yace en su capacidad de elevar lo humano hacia lo divino, que todo lo sublime es un eco del alma, que el cielo no es un lugar, sino una armonía.
Telemann (1681-1767) – Con ligereza y gracia, sus melodías son como una danza que se burla del tiempo. El juega con los placeres simples de la vida, y a danzar al ritmo de lo efímero.
Haydn (1732-1809) – Con cada sinfonía, Haydn encuentra en la simetría de sus notas el reflejo de un orden cósmico, que hasta en el caos hay armonía y el silencio tiene su propia melodía.
Mozart (1756-1791) – Como un niño prodigio eterno, sus notas siguen jugando en los jardines de la creación, la música brota de él como una verdad universal, sin esfuerzo ni resistencia.
Beethoven (1770-1827) – El genio sordo escuchó al mundo de una manera que pocos pueden comprender. Beethoven es el grito sordo del espíritu, el sonido de una lucha interna que trasciende lo humano y roza lo infinito.
Paganini (1782-1840) – Sus cuerdas endemoniadas desafían a los límites, danzando con el diablo y el virtuosismo. Paganini desafió los límites de lo posible, transformando su violín en un puente entre la técnica y el abismo del alma.