/

lunes, 26 de septiembre de 2022

El Cuento del Tejedor Que se robó A si mismo


Había una vez un joven tejedor llamado Ajib que se ganaba modestamente la vida como tejedor de alfombras, pero ansiaba saborear los lujos de los que disfrutan los ricos. Tras oír la historia de Hassan, Ajib atravesó de inmediato la Puerta de Años y buscó a su yo más viejo, quien, estaba convencido, sería tan rico y tan generoso como el Hassan más viejo.

Al llegar a El Cairo de veinte años más tarde, se dirigió al opulento barrio de Birkat al-Fil y preguntó a la gente dónde se encontraba la residencia de Ajib ibn Taher. Estaba preparado, si se encontraba con alguien que conociera al hombre y se fijase en el parecido de sus rasgos, para identificarse como el hijo de Ajib, recién llegado de Damasco. Pero no tuvo oportunidad de brindar su historia, porque nadie a quien preguntó reconoció el nombre.

Al final decidió volver a su antiguo vecindario y ver si allí alguien sabía dónde se había mudado. Cuando llegó a su antigua calle, paró a un chico y le preguntó si sabía dónde encontrar a un hombre llamado Ajib. El chico le indicó la antigua casa de Ajib.

El Comerciante Y La Puerta Del Alquimista



Oh, poderoso califa y líder de los fieles, me humillo ante el esplendor de tu presencia; un hombre no puede esperar mayor bendición mientras camine por este mundo. La historia que tengo que contar es verdaderamente extraña, y si hubiese de tatuarse en su totalidad en el rabillo de nuestro ojo, el prodigio de su ejecución no excedería al de los acontecimientos relatados, puesto que es una advertencia para todo aquel susceptible de ser advertido y una lección para todo aquel susceptible de aprender de ella.

Me llamo Fuwaad ibn Abbas, y nací aquí en Bagdad, Ciudad de la Paz. Mi padre era comerciante de grano, pero durante la mayor parte de mi vida he trabajado como proveedor de tejidos de calidad, comerciando con seda de Damasco, lino de Egipto y bufandas de Marruecos brocadas en oro. El negocio era próspero, pero tenía yo un corazón inquieto, y ni la acumulación de lujos ni la donación de limosnas lo calmaba. Ahora me presento ante ti sin un solo dírham en el monedero, pero estoy en paz.
Alá es el principio de todas las cosas, pero, con el permiso de Su Majestad, comienzo mi historia por el día en que di un paseo por el distrito de los herreros. Necesitaba comprar un regalo para un hombre con el que tenía que hacer negocios, y me habían dicho que sabría apreciar una bandeja de plata. Después de trastear durante media hora, me di cuenta de que una de las tiendas más grandes del mercado había cambiado de propietario. Era un puesto bien situado que debía de haber sido costoso adquirir, así que entré a examinar su mercancía.