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lunes, 8 de noviembre de 2021

II. Apología a la Cultura Pop: Música





Se trata de la “cultura pop” llamada así inicialmente por su carácter popular. Sin embargo, aunque esta pseudo-cultura, en efecto, está dirigida a las masas populares, su diseño y desarrollo no es en absoluto popular, ni mucho menos folclórico, ni espontáneo, ni auténtico. Se llama “cultura pop” al amorfo sustituto comercializado que reemplazan las arrasadas manifestaciones culturales de los pueblos. Así, nadie se extraña que la “cultura pop” sea tan popular en Estados Unidos, en Reino Unido, en Rusia, o en Japón, y que las canciones de The Beatles, Michael Jackson, Lady Gaga, Ariana Grande sean escuchadas en los cinco continentes. “Popular” aquí significa “uniformado”: una cultura que iguale la creatividad artística hacia el límite inferior, en detrimento de una manifestación humana sincera, y al servicio de una estandardización intelectual del “nuevo hombre” global. Por lo tanto, estamos ante algo muchísimo más grave de lo que puede parecer al escuchar el último hit de Adele, o Camilo etc, etc.

Las implicaciones de la “cultura pop” en el proceso de deshumanización son tan vastas, que exponer su función con una mínima profundidad llevaría toda una obra monográfica. La “cultura pop” –además de con la industria del cine- está relacionada con la publicidad corporativista, con la llamada “moda”, con el desarrollo tecnológico, con el resto de “industrias artísticas”, incluso con realidades tan complejas como los movimientos neoespiritualistas, la segregación étnica, y el tráfico de drogas. Como se ve, se trata de un bicho de demasiadas cabezas. Por lo tanto, para dar una visión global de tan complejo fenómeno, daré una breve exposición histórica en la que se verán con detalle dos puntos clave en el desarrollo de la “cultura pop”: la vulgarización y divulgación de todo uso de drogas en el mundo moderno, y la destrucción de la comunidad afroamericana, la cual –a través de una diabólica paradoja- fue el origen de la manifestación folclórica legítima que se usó para dar a luz a semejante monstruo: un ruido anglosajón moderno como tiránica imposición de una cultura global.




Esa comunidad afroamericana no eran sino los negros esclavos, la mano de obra tratada de forma infrahumana para construir el proyecto de los Estados Unidos. Estos esclavos fueron traídos de África, y –naturalmente, como humanos- tenían sus propias manifestaciones religiosas, culturales y musicales. Al igual que los propios esclavos, estas manifestaciones tuvieron que adaptarse al entorno dominado por el amo blanco: el cristianismo, el puritanismo protestante, y la lengua inglesa. La creatividad de los esclavos negros dio a luz a unos curiosos fenómenos sincréticos, en materia de espiritualidad, lírica, y –sobre todo música. Surgen así unas manifestaciones musicales grávidas de referencias espirituales sincréticas y alusiones a la penosa vida del esclavo; se trata del “Blues”. Como folclore cargado de espiritualidad africana mezclada con el protestantismo norteamericano, surge una música religiosa, los “espirituales”, los “hymns”, el “Gospel”. Esta rama folclórica del blues será en la que se fijarán los blancos (norteamericanos e ingleses) que años más tarde harán la revolución pop. Las nuevas aplicaciones tecnológicas (radiotransmisión, grabación en vinilo, amplificación del sonido…) permiten que músicos negros desarrollen aquella rama del folclore afroamericano más oscuro: Little Richards, Chuck Berry, Muddy Waters… Tras cierto éxito de estos negros, la naciente industria discográfica creará réplicas blancas de esos mismos artistas folclóricos: Pat Bonne, Jerry Lee Lewis, Elvis Presley… Se comprobará que –para ser réplicas de músicos negros- estos artistas blancos son muy blancos, incorregiblemente blancos, y estarán muy alejados de la comunidad afroamericana (mención especial merecería Jerry Lee Lewis). En Inglaterra, por su parte, ya a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, unos seguidores de estos movimientos norteamericanos se transforman en un conglomerado de músicos (John Mayall, Eric Clapton, Peter Green…) que comienzan a ser grabados por sellos discográficos. ¿Qué beneficio podría tener grabar a un atajo de ingleses imitando a un esclavo negro recolector de algodón? Millones y millones de libras: En 1963, el grupo The Beatles lanzan “Please please me” y “Love me do”, y ya desde ese momento los ingenieros sociales comprueban el nivel de influencia en las masas.  Ya en los sesenta se usa la música pop en el control mental a través de la publicidad, en la moda, en la política, en el cine… En Estados Unidos suceden fenómenos paralelos al británico, que son utilizados por la CIA, la guerra psicológica, y la psicología conductivista. Es el Rock & Roll: campo de pruebas experimentales de las drogas (LSD, heroína…) desarrolladas años atrás por compañías químicas ligadas a las élites europeas (Sandoz AG a Warburg, IG Farben a Rothschild).

 Un ruidoso estallido creativo surge en todos los países anglosajones. Dicen ser una manifestación artística “contra-cultural”, con actitud rebelde, y en contra de la guerra. No es así: era la carne de cañón que no iba a Vietnam, ratas de laboratorio, que se drogaban con las mismas sustancias que crearon los grupos que financiaron esas guerras a las que creían oponerse. Las drogan suministradas por la CIA se convierten en los pilares de la “cultura pop”. 

 Así, la década de los sesenta se cierra como la década de la revolución pop, es decir, el comienzo de un proceso de control de la juventud y las manifestaciones artísticas basado en el empobrecimiento intelectual, la comercialización cultural y las drogas a granel. Los años setenta suponen ser la siguiente fase del proceso. Pero, ¿qué es de aquella comunidad negra que se utilizó para construir la “cultura pop”? En ese momento ya se les habría dicho que eran “libres”. No tenían trabajo, vivían en peligrosos suburbios, eran perseguidos por movimientos racistas como el Ku-Klux- Klan, pero eran “libres”… libres para ser explotados de nuevo. El suburbio urbano negro (por ejemplo, Bronx en New York o Brixton en Londres) se convierte en el centro de distribución de drogas suministradas por grupos de poder de la élite blanca. La “cultura pop” se urbaniza alrededor de las grandes metrópolis (New York, Los Ángeles, Londres…) Surge la discoteca, y con ella, la música disco, dance, funk… De nuevo, no faltarán drogas (heroína, principalmente) en esta nueva revolución pop, con intangibles dealers blancos y trapicheros negros rodeados de miseria, violencia y criminalidad. En Reino Unido (y también en los estados norteamericanos de mayoría blanca) la rama puramente blanquecina de la “cultura pop” da lugar al hard-rock, y después al heavy-metal. En Inglaterra aparece Led Zepellin, Deep Purple, y posteriormente la banda Iron Maiden, que tomará como nombre a un aparato de tortura. También en la Inglaterra de los setenta, surge en las masas obreras un fenómeno de apariencia rebelde, el punk, que más allá de una cuestión de peluquería, compartirá el trinomio pop siempre repetido: obscenidad, drogas y estupidez. ¿Quiénes se han beneficiado de la “cultura pop” hasta este momento? ¿Los músicos? Sí, aunque también hemos vistos sus patéticas pérdidas, con muertes prematuras, destrucción física y drogodependencias. ¿Los traficantes de drogas internacionales? Indudablemente, ellos sí: la guerra de Vietnam fue un maravilloso medio de transportar drogas para los hippies, las redes de la CIA se instalaron en los guetos urbanos, y el consumo de drogas estaba extensamente difundido en todos los ambientes pop. ¿Y los magnates de la industria del entretenimiento? Claro que se estaban beneficiando, pero no tanto como se iban a beneficiar a partir de la década de los ochenta. Se trata de la auténtica revolución pop: aparece el videoclip, aparecen más y más canales de televisión (algunos exclusivamente musicales), aparece el sintetizador, amplificadores de sonido más sofisticados, nuevos sistemas de grabación, el láser… en definitiva, la tecnología revoluciona la “cultura pop” hasta tal punto que su historia de hace difícilmente narrable, ya que se enrevesa con otras historias como la publicidad, los medios audiovisuales, o la filantropía. Para ilustrar esta complejidad precisamente a través de la filantropía, recordar aquella repugnante letanía que anunciaba la mundialización pop, la estandarización sub-intelectual, la globalización cultural, con el hit, “We are the world” (literalmente: “Nosotros somos el mundo”) En este videoclip, los músicos pop más célebres del momento pregonaban el mensaje “Nosotros somos el mundo”, bajo pretexto de ayudar a los niños pobres. (Quizá nunca sea tarde para dejar claro que esos tipos a sueldo de ingenieros sociales, productores del entretenimiento y traficantes de drogas, no eran –ni son- el mundo, como tampoco representan a ningún niño). Sin embargo, Lionel Ritchie, Cindy Lauper, Steve Wonder, y compañía, tenían motivos para anunciar la mundialización pop: surgen canales internacionales de música pop, giras mundiales que atraviesan los cinco continentes, sistemas de reproducción musical accesibles a toda la población… Se trata del anuncio de la globalización cultural de manos de las marionetas pop. Como movimiento contra-iniciático moderno de tendencia infra-humana, la “cultura pop” necesita de dos símbolos invertidos, una parodia masculina y una parodia femenina. Se coronará como “reina del pop” a Madonna,  una mujer que hace alusión obsesiva al materialismo, al plástico, y la liberación sexual moderna. Y como “rey del pop”, ¿A quién tenemos? En efecto: Michael Jackson, un personaje que encarnará todos los complejos, insalubridades, obsesiones, neurosis, y monstruosidades del paradigma de la “humanidad” moderna, Jackson ejerció de cliente de las cirugías plásticas, las firmas textiles sintéticas, los asesores de imagen y moda, la industria del videoclip, las corporaciones farmacéuticas. En realidad, no se puede oponer ninguna objeción a la coronación de Michael Jackson como legítimo “rey del pop”. Pero hay una cosa en Jackson aún más significativa en toda esta historia. En efecto: Jackson fue un negro que se hizo blanco a través de la tecnología médica y farmacológica de la investigación científica moderna. Si la “cultura pop” fue un saqueo cultural del imperio anglosajón para con la comunidad afroamericana, ahora Jackson borraba -para siempre- el rastro negro con su colaboración como conejo de indias de la vanguardia eugenésica del Establishment. Así, en los ochenta, el “Pop” - además de mundializarse- borra toda identidad verdaderamente cultural. Toda la red pop queda unida por la tecnología, la enfermedad y la droga. En los mismos años ochenta, explota también el fenómeno de la cocaína, con los carteles colombianos abasteciendo –con vía libre abierta por la CIA- a los países desarrollados, a través de una exitosa campaña de popularización de esta sustancia. 

El “Showbusiness” será (es) un fijo e importante cliente del mercado de cocaína. La industria pop norteamericana llega a tal poder, que los magnates del entretenimiento luchan entre ellos por su control: surge el canal Mtv (y muchos otros), y se bombardea a la población con contenidos diabólicamente diseñados. Se muestran grupos de rock, de hard-rock y de heavy-metal tales como Metallica, Slayer, Ántrax, Megadeth, Pantera… que representan el rostro más explícito de la “cultura pop”. Sin embargo, el rostro más velado tampoco disimula bien sus verdaderas tendencias. En Reino Unido –allí el pop era algo puramente blanco- aparecen fenómenos musicales (ojo a los nombres) Police, The Cult, Genesis, y –sobre todo- Queen, que adopta el título de la autoridad real britanica. 

¿Alguien se ha preguntado porqué un individuo puede facturar al año 150 millones de dólares USA sólo por cantar? ¿Por cantar requetebién? ¿Alguien se ha preguntado qué beneficio obtiene el Establishment con las subvenciones y programas pop de los “ministerios de cultura”?  ¿Mejorar la cultura de un país? ¿Alguien se ha preguntado porqué Paul McCartney, Mick Jagger o Elthon John, tienen el título nobiliario de sir otorgado por su majestad la reina? ¿Para ampliar la lista de la ignominia? Todos estos tipos (y muchísimos más) configuran el sustrato pop mundial que serviría de pseudo-cultura del “nuevo hombre”. Por supuesto, el poder de esta red es muchísimo mayor que el que ostenta estrictamente la industria de la música. Se trata de una auténtica plataforma de ingeniería social.

 Y así, digiriendo la revolución tecnológica de los ochenta, llega la década de los noventa y con ella, la informática de masas y su internet. No obstante, hay cosas que no cambian: continúa el genocidio juvenil anunciado por Capote (Kurt Cobain, líder de Nirvana, se suicida –o es asesinado; en 1994), continúa el culto a la enfermedad y la insalubridad (Freddy Mercury, líder de los ya citados Queen, muere de SIDA en 1991), y continúa el colaboracionismo con el Establishment (Michael Stripe, líder de R.E.M., se compromete públicamente con el vegetarianismo, con la paz mundial, con la lucha contra el SIDA…) Las drogas también siguen ahí, sólo que más sofisticadas: las nuevas drogas de “diseño” (anfetaminas, MDMA…) se prueban con éxito en las discotecas europeas a ritmo de nuevas músicas pop (tecno, trance, house…) ¿Y qué es de aquellos negros descendientes de esclavos que se quedaron en el suburbio urbano vendiendo la droga de la CIA? Pues ahí siguen, vendiendo droga, sólo que ahora los clichés de esa subcultura es comercializada por los mismos grupos de poder (blancos) que hacen el tráfico de drogas posible: surge así el rap, y posteriormente la “cultura hip-hop”. Se trata del fruto final de la ingeniería social de la “cultura pop”: la comunidad afroamericana queda completamente destruida con modelos sociales infrahumanos. Culto a la violencia, al lujo, al consumo, a la misoginia y a la droga, resulta ser la tarjeta de presentación de esta “cultura” diseñada maquiavélicamente y presentada a través de los canales y medios (Mtv…) desarrollados en los ochenta. La llegada del siglo XXI trae medios tecnológicos para “globalizar” esta “cultura”: mp3, servidores de intercambio de datos, ipod… y ahora Spotify etc, etc.

La contrapartida femenina de estos modelos pop se presenta rodeada de superficialidad, operaciones de estética y estupidez. Aparecen las Britney Spears (con su éxito, “I´m a slave for you”, “Yo soy una esclava para ti”, “Crazy”), Jennifer López (nacida en el Bronx, ex novia del magnate del hip-hop Puff Daddy, que produjo su primer gran éxito “Love don´t cost a thing”, “El amor no cuesta nada”), o Cristina Aguilera (con éxitos como “Dirrty”). Mientras las chicas pop se pasean con estos mensajes, los chicos hip-hop siguen con sus apologías a la violencia, al sistema monetario, al desprecio a la mujer, y al lucro a través del tráfico de drogas. Una amplia mayoría de las estrellas del hip-hop confiesan abiertamente haber sido delincuentes, traficantes de drogas o poseedores de armas de fuego. 

Todos estos contenidos (junto con la droga que les acompaña) dan la vuelta al mundo: Paris, Rio de Janeiro, Johannesburgo, Londres, Luanda, Karachi, Tokio… en todas las grandes urbes del mundo se verán las mismas poses, las mismas ropas, los mismos gestos, el mismo lenguaje, la misma indigencia intelectual recubierta de criminalidad, drogadicción y culto a la violencia. La globalización cultural supone extrapolar la destrucción de la comunidad afroamericana a la destrucción de toda la masa “popular” mundial; sólo por ello se puede seguir llamando -con ironía- “cultura pop”.  Las diferencias de raza se disuelven a través de una misma actitud agresiva que uniformiza a la juventud global. ¿Qué importa negro o blanco si los fines son los mismos: las drogas, el lujo, la explotación de la mujer y la violencia gratuita? 

 La primera década del siglo XXI cierra el trabajo llevado a cabo por la “cultura pop”, y a partir de ese momento, su poder de influencia social se hará literalmente ilimitado. Actualmente la “cultura pop” está ligada con el cine. Aún con todo, las implicaciones de la “cultura pop” son muchísimo más profundas y horripilantes de lo que con palabras se podría exponer. 

Un porcentaje altísimo de los jóvenes escuchan pop. Todas las campañas publicitarias corporativistas usan música pop, todas las “bandas sonoras” de Hollywood usan música pop, todos los canales de televisión, todos los portales de internet van a reflejar siempre un denso contenido pop. (El lector puede hacer el siguiente experimento: ¿Cuánto tiempo puede permanecer en el centro de una metrópolis moderna sin escuchar algún ruido pop?) 

Como se ha visto, se trata de una misma y única fanfarria: la que anuncia la llegada del “nuevo hombre” que ejercerá de ofrenda sacrificial de una desordenación mundial infrahumana. 
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