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viernes, 26 de marzo de 2021

El Cuerpo Como Horror Moderno

En nuestra actualidad lo humano existe en la medida en lo que resulta útil. Es decir, el ser humano deja de ser algo, para servir para algo. Y eso es en resumidas cuentas lo que aquí señalamos como proceso deshumanizador. Esta deshumanización iría mucho más allá de lo social, más allá de lo político, muchísimo más allá de lo filosófico. 

Vamos a tomar como punto de partida de la exposición lo más tangible, concreto e íntimo del hombre y de la mujer: su cuerpo.



El uso corriente del lenguaje impone, como una inercia, el aceptar ciertos conceptos modernos (incluso, "nuevos"), como meras convenciones que poco importa lo que encierran. Esta inercia propia del descenso del ciclo en el que vivimos, se ve muchas veces potenciada por los medios de comunicación y su lenguaje eufemístico. Si se ignora y se desprecia la etimología de las palabras, resulta más sencillo reducir el poder del lenguaje a un torpe balbuceo repetido hasta la saciedad. Esa es la finalidad de la infrahumanidad para con el lenguaje. Así sucede, por ejemplo, con el llamado "culto al cuerpo" que el mundo moderno asume con derecho como propio. Si en verdad el mundo moderno rinde culto a algo, resultará interesante cuestionarse qué es aquello a lo que dice rendir culto, en este caso, el “cuerpo”, y lo que esta palabra ha devenido significar hoy en día. Escuchar que "en el mundo moderno, el cuerpo (o la imagen) es muy importante" se ha convertido en algo tan habitual y rutinario, que resulta casi imposible poder explicar mínimamente en que consiste esa importancia.  Este seguimiento no resulta ni mucho menos una "historia del cuerpo", pues ni el método, ni los datos, ni los fines son históricos. Se trata de exponer una síntesis del involutivo proceso que convierte al hombre y la mujer modernos en pacientes de cirugías plásticas, consumidores de una moda que les es impuesta, y esclavos de su propio reflejo deformado en el espejo. 




Estadio primordial: El cuerpo como forma verdadera

 Desde la perspectiva del ser humano en concreto, su "cuerpo" sería la manifestación microcósmica del polo substancial (prakrti). En otras palabras: el cuerpo del ser humano es la forma (rupa) de aquello que es (nama). Y esta composición simple del ser en su nombre arquetípico y su forma manifestada (nama-rupa) se muestra como inseparable, armoniosa e integrada en la unión perfecta de la polaridad complementaria. A través del cuerpo, esa unión primordial del ser humano sólo puede expresarse a través del gozo (ananda) que supone ser la verdadera naturaleza del ser humano. El cuerpo de este hombre primordial no puede diferenciarse de otra cosa dentro del todo, más allá de ser la manifestación sensible de lo inteligible. No hay división de ningún tipo en este hombre así manifestado: su cuerpo es la forma verdadera de aquello que es, no siendo otra cosa que la verdad gozosa consciente de la alegría inherente a la misma vida. Este estado primordial no sólo resulta el "original" del ser humano, sino que también sería el que le corresponde y al que estaría destinado, si es que en algún momento fue otro.  Esta corporeidad primordial se correspondería dentro de los ciclos tradicionales con la edad de oro helénica y el satya-yuga indio. Sin poder corresponderla (no más que a modo de analogía) con momento histórico alguno, la corporeidad primordial se deja sentir en expresiones tradicionales protohistóricas de las que sólo restan algunos vestigios, como la civilización cretense en el Mediterráneo o la civilización harappiense en el Indo. Teniendo en cuenta que aún hoy existe una tradición (la hindú) que guarda cierta herencia de estas expresiones, utilizamos el sánscrito para referirnos a conceptos clave con los que expresar mínimamente este cuerpo primordial y verdadero del ser humano. 



Estadio ontológico: el cuerpo como continente


Debido al descenso propio a toda manifestación, la conciencia del ser humano sufre la escisión que da origen al dualismo. Esta ruptura del estado primordial estaría ilustrada en la tradición judeocristiana con el mito de la caída. La polaridad integrada e inseparable del estadio primordial va diferenciándose en un dualismo donde uno de los polos prevalece sobre el otro. La dualidad como problema ya aparece en la Grecia de Pitágoras y en la India de Gautama, seis siglos antes de la era cristiana. Filosóficamente, esta diferenciación dualista ya se deja ver en los presocráticos, y se expresa ya articulada en Platón, y sobre todo, en Aristóteles donde el acto y la potencia, ya se muestran como una expresión degenerada de la polaridad primordial. El aristotelismo influirá determinantemente en la elaboración de la teología cristiana; así Santo Tomás de Aquino ya diferenciará la "materia secunda" como expresión de una "materia" que si bien está muy lejos de ser la "materia" de los modernos, ya supone ser la expresión de un dualismo espíritu-materia. Posteriormente, la disociación se expresará en la "forma" y la "materia" de los escolásticos, donde la "materia" ya supone ser un término conflictivo lleno de problemas filosóficos.
El dualismo cósmico se lleva al hombre, donde el alma y el cuerpo es la expresión microcósmica de un espíritu y una materia definidos filosóficamente. En otras palabras: el cuerpo se convierte en un continente de un contenido. El cuerpo se convierte en la parte corruptible del hombre, temporalmente al servicio de una eterna alma. El peligro de este estadio es que al identificar el cuerpo con lo corruptible, existirá una tendencia al desprecio, el desdén, e incluso la renuncia del cuerpo. El cuerpo (soma) se convierte así en una tumba para el alma (sema). La corporeidad se vive como una tentación a identificarse con lo material corruptible que hay en el ser humano. El lenguaje de ese cuerpo (la sexualidad) tiende a ser repudiado, evitado y temido. Estas tendencias están presentes en el judeocristianismo, donde los "pecados de la carne" siempre suponen una constante amenaza para aquel hombre que vive su cuerpo como el continente de un alma a salvar. 


Estadio mecanicista: el cuerpo como máquina


La materia, ya definida como el non plus ultra de lo predecible, abre una nueva "ciencia" que aspira a conocer "empíricamente" el funcionamiento físico. Newton formula sus leyes como la base de una física que quiere conocer el mundo desde la experimentación de su funcionamiento. A medida que se desarrolla esa "física moderna", el espíritu va perdiéndose de vista hasta el punto de resultar desdeñable desde el punto de vista del experimentador. El mundo se convierte así en un mecanismo más o menos complejo que se puede expresar por medio de leyes matemáticas.  Una de esas ciencias es la medicina moderna, la cual sólo consigue abordar el “cuerpo” como un mecanismo compuesto de diversos sistemas interrelacionados pero separables. Así, en la medida en la que esta ciencia particular se desarrolla, se requiere una mayor especialización en cada uno de estos sistemas, olvidando la realidad del cuerpo humano como un todo. El cuerpo del ser humano se convierte en una máquina predecible, estudiable, mejorable, y -al igual que cualquier máquina fácilmente manipulable.
Desde la perspectiva del ser humano en concreto, este estadio supone una pérdida de conciencia corporal, y un bloqueo de la vida que lo anima. El cuerpo ya no está tan vivo. Como cualquier máquina, tiene una utilidad al servicio de su dueño. La corporeidad pasa a ser poco más que un "medio de transporte" del hombre (generalmente para ir y venir de su puesto de trabajo). El lenguaje de ese cuerpo (la sexualidad) se convierte en un mecanismo, una cuestión médica, un problema de salud. La visión mecanicista del ser humano reducirá el "sexo" al sistema reproductor (incluso a lo genital), y la "sexualidad" al funcionamiento de dicho sistema. Toda esta mecanización del cuerpo del hombre y del mundo, derivará en una "materialización" del cosmos, vivido ya como "materia bruta". 



Estadio moderno: el cuerpo infra-material


El materialismo encuentra su límite en una "solidificación" del cosmos o, en términos alquímicos, en la coagulatio que parece ser el final del descenso cósmico, dentro de este paradigma, el cuerpo ya no será una máquina gobernada por la razón, sino que se convertirá en la pulsión del instinto más bajo. Así, el "cuerpo" resulta significar el fin mismo de la irracionalidad. Cualquier ciudadano urbanita moderno seguidor de la "moda", víctima de la publicidad comercial, y preocupado por su "imagen" ilustraría simbólicamente este estadio. En lo que respecta al cuerpo infra-material, éste será fácilmente identificable como la inversión de su estado primordial. Así, si el cuerpo primordial del ser humano es la manifestación de la verdad que es, el cuerpo infra-material del moderno será la "imagen" del personaje que finge ser exteriormente. Si el estado primordial del hombre se muestra como la pura alegría inherente a la vida, el cuerpo infra-material se presenta como la agitación histérica de una búsqueda constante de entretenimiento y distracción (“placer”, dirá el moderno).  Si el estado primordial del cuerpo es una satisfacción que se basta a sí misma, el moderno necesitará de mil y un artilugios para perpetuar su participación en una sociedad de consumo que le esclavizará en una continua insatisfacción. 
De esta manera, la corporeidad moderna se proyecta como una auténtica "imagen", con lo que en su etimología significa: un reflejo invertido de lo real, una imitación paródica y fantasmal del cuerpo humano.

El lenguaje de esta corporeidad también quedará reducido al balbuceo irracional. Si la sexualidad podía ser reprimida en el segundo estadio o mecanizada en el tercero, aquí la sexualidad directamente se convierte en la búsqueda de un placer fingido que sólo consigue obtener dolor, sufrimiento y humillación. Si la unión sexual primordial supone ser la interiorización del inmenso gozo del cosmos, el orgasmo moderno será la exteriorización espasmódica de un deseo saciado temporalmente. Toda esta experiencia sexual moderna sólo aspira a la afirmación y el despertar de la pulsión más inferior; y ese despertar espectral es lo que encierra el eufemismo moderno de la "liberación sexual". 


La cirugía plástica-estética
 
Si la medicina moderna tiene su origen en una visión mecanicista del cuerpo, el cuerpo infra-material dará paso a una nueva especialización médica que pisoteará cualquier juramento hipocrático: la cirugía plástica-estética. Al convertirse el cuerpo en un fin en sí mismo, el médico se convierte en un constructor de imagen corporal. Al llegar al punto en el que el cuerpo ya no contiene nada, se puede reducir, aumentar y modelar el cuerpo al antojo de unos patrones estéticos imposibles para la naturaleza.  El desarrollo de estas técnicas se llevó al extremo ante la demanda de los profesionales del cine y el showbusiness norteamericano. No es casual que los más afamados cirujanos plásticos norteamericanos sean literalmente "vecinos" de los actores, directores y productores de lo que de forma blasfema se hace llamar "la Meca del cine". Es comprensible que así sea: el cine comercial norteamericano se define a sí mismo como un "fabricante de sueños" y un "proyector de imágenes". Si es de sueños, imágenes e ilusiones de lo que se trata, resulta lógico que sean "personas de mentira" lo que necesitan. El resultado de esta sociedad entre el cine y la medicina estética son prótesis mamarias, grasas aspiradas, siliconas subcutáneas, colágenos reconstruidos, pelos implantados, implantes, rayos láser y demás técnicas "embellecedoras". En el caso particular de la medicina plástica-estética, toda esta monstruosidad se exportó a todos los estados modernos donde tuvo una total aceptación. Así, se llegó a estandarizar la cirugía estética como un producto accesible a cualquier moderno con cierto poder adquisitivo. Recordemos que en la sociedad de consumo, "accesible" deviene sinónimo de "necesario". 
 

La “industria del sexo”

Si resulta sencillo localizar este paradigma corporal con la Civilización Occidental (más concretamente con Estados Unidos, e, incluso, con  Los Angeles) no resulta vano decir que el trasfondo religioso que da lugar a todo esto sea el protestantismo, el cual -como es sabido- resulta ser una simplificación doctrinal cristiana reducida a la moralidad. Así, en el desarrollo de estas sociedades como eminentemente modernas, no resultará extraño encontrar deformidades armonizadas en la más absoluta hipocresía. Sólo así es posible que una sociedad sea, al mismo tiempo, puritana y obscena (tal y como las sociedades modernas lo son); y sólo así es posible que una mentalidad moralista proyecte una industria donde el producto comercializado sea algo que ella identifica como "sexo".

La llamada "industria del sexo" supone ser el negocio que gira entorno a la comercialización de relaciones sexuales, ingenios para la “práctica sexual” y pornografía, generalmente a través de massmedia apoyado en los soportes modernos, (TV, cine, redes sociales "Tinder, Instagram, Only Fans" Internet, etc) El desarrollo más monstruoso de esta industria tiene su origen en Estados Unidos, a partir de los años setenta del siglo XX, cuando una "industria del cine para adultos" comienza a ubicarse en San Fernando Valley en Los Angeles. El negocio del cine "porno" se mimetiza, se solapa y se complementa con el mojigato cine de Hollywood, compartiendo la misma función social y llegando a igualarse en volumen de negocio.  En el caso particular de la “industria del sexo”, su objetivo principal no puede ser más claro: comercializar el cuerpo moderno mientras este sea rentable en términos económicos. Más allá de este objetivo concreto, existe una influencia social importante en ningún caso desdeñable para el proceso globalizador. A fin y al cabo, una industria es una producción en serie a través de máquinas que busca el mayor número de objetos producidos. En el caso de la "industria del sexo", los productos, las máquinas y los objetos comercializados son una misma entidad: el cuerpo humano moderno.


Los grupos y sectas neo-espiritualistas

Muchísimo más relacionado con los anteriores horrores de lo que pudiera parecer a simple vista, este paradigma corporal dará origen a la aparición de grupos y sectas llamados "neo espiritualistas". (Me refiero a ellos con más rigor como grupos "pseudo-espiritualistas" o incluso "contra-espiritualistas") Independientemente de su nomenclatura, estos grupos son fáciles de reconocer: grupos modernos con aspecto y lenguaje religioso o científico que pretenden ocupar el espacio dejado por el colapso tradicional. "Nuevas religiones" con dudosa justificación presuntamente ancestral que buscan captar adeptos en nombre de los más absurdos conceptos, siempre con fines lucrativos y ególatras. El origen de estos grupos siempre es occidental y -de nuevo- su desarrollo más exagerado se localiza en el mismo caldo de cultivo europeo y estadounidense. No sólo eso: la expansión y aceptación de esos grupos triunfa allá donde triunfó la cirugía plástica (México, Brasil, por supuesto en Colombia y demás clases altas sudamericanas), y tienen sede en las capitales europeas más importantes. 



Tras esta breve exposición, se reconocerá enseguida a estos tres horrores en el día a día de cualquier sociedad moderna. Todos ellos -los expuestos y los obviados- tienen como base y premisa el mismo error moderno: confundir el espíritu con el psiquismo más profundo, confundir el polo esencial con lo oscuro y oculto a evitar, o -en términos simbólicos- confundir lo "elevado" con lo que se encuentra aún por debajo del límite inferior. 


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