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miércoles, 18 de noviembre de 2020

EL MOVIMIENTO AMBIENTALISTA: ÁFRICA (Parte 2)







Los imperios modernos europeos son la fuerza política más poderosa, salvaje y devastadora que jamás el ser humano haya conocido. La razón por la que se dice esto en presente es lo que les ha dado semejante poder: el paso de la explotación colonial mundial a un sistema de dependencia económica absoluto a través de corporaciones transnacionales que explotan los recursos y las poblaciones de las antiguas colonias. Estos imperios europeos han sabido prolongar su dominio y aumentar su poder sobre todo el mundo, con transformaciones políticas, sociales y económicas que se amoldan a la ordenación que ellos mismos van trazando. El máximo exponente de estos imperios es el imperio británico; sin embargo, cuando se estudian los linajes, familias y casas que conforman estas fuerzas, se comprende que nada de esto tiene relación con pueblos, naciones o estados. Es por ello por lo que -con toda propiedad- se puede hablar de un único imperio europeo (no estrictamente localizado en Europa) con un único interés, una única fuerza, un único espíritu: la infrahumanidad. Adquirido este dominio por esta única fuerza imperial, el poder absoluto está al alcance de su mano, siempre y cuando reciban el consentimiento explícito de sus súbditos. En ese crucial momento es en el que nos encontramos hoy: abrir los ojos o vivir engañados, desmantelar la red de mentiras o agonizar en la sumisión, responder “no” o decir “adelante, matadnos”. 

EL MOVIMIENTO AMBIENTALISTA (Parte 1)







Quiero avisar de antemano que la lectura de este articulo generará en muchas personas resistencias de pensamiento, rechazos mentales, incredulidades. Estas reacciones resultan inevitables cuando se aborda el aspecto del dogma mejor blindado del establishment: el ambientalismo. No utilizo la palabra “dogma” gratuitamente; la estructura de la doctrina ambientalista (o como se le llama actualmente, la “conciencia ecológica”) tiene importantes puntos en común con la creencia religiosa. Algunos lugares comunes entre la una y la otra serían una moral basada en los preceptos revelados por una clase sacerdotal (en este caso, la casta sacerdotal estaría representada por parte de la comunidad científica), la culpabilización in illo tempore del hombre como ser vivo (el “pecado original” del hombre moderno sería vivir, comer y respirar, y por lo tanto, deteriorar el medioambiente), y la única “redención” posible será tras la obediencia ciega a los códigos de conducta impuestos por las autoridades que han anunciado el castigo del “infierno” medioambiental, o como ese mensaje apocaliptico como el de Greta Thunberg , donde señala mas la ira y el miedo y no mucho más que eso, cosa que no tiene mucha diferencia con lo que han hecho otros tantos ambientalistas, simplemente miedo, furia y frustración.

Estos paralelismos entre el movimiento ambientalista y la religión política no resultan coincidencias: ambos resultan ser instrumentos de control de la población en manos de una misma élite gobernante. Ni tengo autoridad ni voy a polemizar sobre cuáles problemas medioambientales son reales (muchos) y cuáles son burdas mentiras (también otros cuántos). Lo que aquí nos ocupa es tomar conciencia de que todos ellos son piezas de la dialéctica hegeliana que permite ofrecer la solución al mismo sujeto que crea el problema. Un mismo sistema político y económico se manifiesta como insostenible, y en vez de cuestionar el sistema en sí mismo, se desarrolla toda una “ciencia” para prolongar esa “insostenibilidad” manteniendo el objetivo único de dicho sistema: el crecimiento económico constante. Este doublethink orwelliano es lo que se ha dado en llamar “crecimiento sostenible”. Y con esa esquizofrenia de pensamiento, toda una generación ha sido adoctrinada en la llamada “conciencia ecológica” sin poder cuestionarse ni el origen ni el trasfondo de dicha conciencia.