"Danza y danzante son inseparables en su esencia, como lo es la llama y el fuego. He ahí lo sagrado de tu oficio"
- ¡Nos saluda con un hasta anjali! ¡Está bendecida! Las buenas costelaciones así lo confirman - pronosticó jubilosa la tatarabuela.
Aun muy niña, la mujer de la danza de fuego fue ungida con aceite de sándalo y llevada a un pequeño templo magnificante adornado, que sería en adelante su casa y su escuela.
- La primera lección tal vez sea la más fácil - le dijo la gran maestra del templo -. Mirarás el fuego hasta que el fuego te hable, pequeña...
- Así será, ¡Oh, gran maestra!
La mujer de la danza del fuego se sentó desnuda frente a una hoguera, por días, en la soledad y el silencio. En la hora azul del noveno día, el fuego finalmente le habló en la hermosa y grácil armonía del movimiento de las llamas:
- Danza y danzante son inseparables en su esencia, como lo es la llama y el fuego. He ahí lo sagrado de tu oficio.
La mujer abrazo al fuego maestro de su interior y logró la precisión y la maestría en las danzas más antiguas, enseñadas desde los tiempos inmemoriales, como la celebración de la benevolencia de la vida y la eternidad del universo.