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miércoles, 18 de noviembre de 2020

EL MOVIMIENTO AMBIENTALISTA (Parte 1)







Quiero avisar de antemano que la lectura de este articulo generará en muchas personas resistencias de pensamiento, rechazos mentales, incredulidades. Estas reacciones resultan inevitables cuando se aborda el aspecto del dogma mejor blindado del establishment: el ambientalismo. No utilizo la palabra “dogma” gratuitamente; la estructura de la doctrina ambientalista (o como se le llama actualmente, la “conciencia ecológica”) tiene importantes puntos en común con la creencia religiosa. Algunos lugares comunes entre la una y la otra serían una moral basada en los preceptos revelados por una clase sacerdotal (en este caso, la casta sacerdotal estaría representada por parte de la comunidad científica), la culpabilización in illo tempore del hombre como ser vivo (el “pecado original” del hombre moderno sería vivir, comer y respirar, y por lo tanto, deteriorar el medioambiente), y la única “redención” posible será tras la obediencia ciega a los códigos de conducta impuestos por las autoridades que han anunciado el castigo del “infierno” medioambiental, o como ese mensaje apocaliptico como el de Greta Thunberg , donde señala mas la ira y el miedo y no mucho más que eso, cosa que no tiene mucha diferencia con lo que han hecho otros tantos ambientalistas, simplemente miedo, furia y frustración.

Estos paralelismos entre el movimiento ambientalista y la religión política no resultan coincidencias: ambos resultan ser instrumentos de control de la población en manos de una misma élite gobernante. Ni tengo autoridad ni voy a polemizar sobre cuáles problemas medioambientales son reales (muchos) y cuáles son burdas mentiras (también otros cuántos). Lo que aquí nos ocupa es tomar conciencia de que todos ellos son piezas de la dialéctica hegeliana que permite ofrecer la solución al mismo sujeto que crea el problema. Un mismo sistema político y económico se manifiesta como insostenible, y en vez de cuestionar el sistema en sí mismo, se desarrolla toda una “ciencia” para prolongar esa “insostenibilidad” manteniendo el objetivo único de dicho sistema: el crecimiento económico constante. Este doublethink orwelliano es lo que se ha dado en llamar “crecimiento sostenible”. Y con esa esquizofrenia de pensamiento, toda una generación ha sido adoctrinada en la llamada “conciencia ecológica” sin poder cuestionarse ni el origen ni el trasfondo de dicha conciencia.


A finales de la primera década del S. XXI, el ambientalismo es una hiedra de tantas cabezas, que resulta arriesgado escribir un articulo como este (y aún más arriesgado, leerlo). Por ello, voy a centrarme en dar una rigurosa síntesis de sus orígenes, y después introducir a una de sus horrendas máscaras. Para empezar, quiero subrayar que no voy a atacar aquí a las personas comunes particulares involucradas en asuntos medioambientales. Consta que en ellas nada hay de “malvado”. De la misma manera, tampoco que en ellas tenga que haber algo de “bondadoso”: simplemente son seres humanos que se están ganando la vida dentro de un sistema que exige sumisión de pensamiento y acatamiento ciego a la tiranía científica.

El ambientalismo generó una serie de estudios, profesiones, trabajos, docencias, funcionariado y voluntariado que no está entre mi objetivo atacar siempre y cuando repriman su proselitismo, asuman su origen, y reconozcan el interés al que sirven. Me parece legítimo que las personas se busquen la vida, y fuera de esta ansia de prosperidad individual de unos, y fuera de la candidez de criterio de otros, la “preocupación medioambiental” se reduce a un natural deseo que compartimos todos: vivir en un entorno habitable. Sin embargo, este deseo natural del ser humano, hace tiempo que está manipulado e institucionalizado por un “movimiento”. Si formamos parte de un movimiento y no sabemos quién nos mueve, hay dos posibilidades: o nos mueve la inercia, o nos mueve alguien que quiere que no sepamos quién es. 

La lectura histórica oficial de una guerra siempre es la misma, y la Segunda Guerra Mundial no fue una excepción: los “ganadores” de la guerra (en este caso, los aliados) vencieron heroicamente y salvaron al mundo de la amenaza de una fuerza malvada (en este caso, el nazismo). Sin embargo, ambos (aliados y nazis) practicaron genocidio, los dos bandos (aliados y nazis) desarrollaron planes de eugenesia, sendos contendientes (aliados y nazis) masacraron y bombardearon civiles brutalmente, experimentaron con nuevas armas, desarrollaron planes de destrucción masiva. Ambos hicieron lo mismo porque ambos eran una misma fuerza polarizada: la locura elitista europea usando la nueva tecnología desarrollada por una comunidad científica que trabaja indiscriminadamente con un bando y con el otro. Así, resulta fácil de entender que antes y después de los teatrales juicios de Nuremberg en 1945, numerosos científicos del Tercer Reich, investigadores militares y altos oficiales nazis fueron “exiliados” a Estados Unidos, Brasil, Argentina, Chile y otros, con cambio de nombre y pasaporte suizo o del Vaticano. Si esto ocurrió con los artífices científicos y materiales del nazismo, ¿qué ocurrió con las casas reales, la nobleza europea filonazi y los grupos financieros que apoyaron, sufragaron e hicieron posible el nazismo? No ocurrió nada: permanecen hasta hoy en sus casas, y actualmente asisten a fiestas de la jet-set y reciben el cariño de sus súbditos. Este es el contexto previo que debe conocer para acercarse a la siguiente figura. 

El primero conde y después príncipe Bernhard de Lippe-Biesterfeld, nace como alemán en Jena en 1911, recibiendo la clásica formación elitista de nobleza europea. Nacido y educado para establecer lazos sanguíneos con la casa de Orange, a Bernhard se le permite mostrar públicamente su filiación juvenil nazi, entre otras a NSDAP. Bernhard llega a introducirse en Reiters SS, y trabaja activamente en IG Farben, gigante químico alemán involucrado en la industria bélica. Cumpliendo con su noble deber, Bernhard se casa con la princesa Juliana de Holanda, y justo al comenzar la guerra, se exilia en Inglaterra bajo protección del brazo británico del mismo linaje, los Windsor. Allí, continúa su formación militar de élite, se introduce en los servicios de inteligencia británicos, y establece relación con quien va a ser su compañero de proyectos futuros, Philip Mountbatten, el futuro duque de Edimburgo y consorte de Elizabeth II. Tras la guerra, regresa a Holanda con la fachada de “héroe de guerra”, y es nombrado comandante de las fuerzas armadas holandesas. En 1954, El príncipe Bernhard funda el grupo secreto Bilderberg (secreto, por entonces); y en 1961 con la colaboración de algunos invitados Bilderberg (entre ellos, el príncipe Philip), funda el Fondo Mundial Vida Salvaje, renombrado después con las siglas WWF. Así, el príncipe Bernhard de Lippe-Biesterfeld, brazo holandés de la nobleza negra europea, experimentado asesino de guerra, y miembro de fuerzas militares de élite (nazis primero, inglesas y holandesas después) funda la primera institución ambientalista con la ayuda de presencia de instituciones de la corona británica, servicios de inteligencia europeos, y grandes corporaciones ligadas a la industria bélica. Resulta constatado que el movimiento ambientalista comienza ahí, pero basta echar un vistazo a  listas de miembros selectos del WWF, o el llamado Club 1001, para señalar los tres lugares comunes de su membresía: nobleza europea, servicios de inteligencia y grandes grupos corporativos (principalmente, bancarios, armamentísticos y químicos). Muchos de los distinguidos “amantes de la naturaleza” son supremos representantes masculinos de la casa Windsor, capitánes generales de la marina británica. La mayoría son aficionados no sólo a despedazar zorros con sus perros en su reino, sino aficionados también a la caza furtiva de elefantes y otros animales en India y Nepal. Algunos recibieron formación militar de élite y actualmente son capitanes, militares, de altos rangos generales de ejércitos.

Pero no es necesario seguir para darse cuenta de que en estos personajes el amor por la vida animal (o cualquier tipo de vida) no está entre sus prioridades. Lo que comparten todos estos sujetos además de un siniestro concepto de la “vida animal” es que todos ellos poseen, representan y defienden corporaciones involucradas en la explotación de los recursos de antiguas colonias europeas, a través de la instauración de un nuevo régimen imperial que permite el absoluto control económico de estados supuestamente soberanos. 

Resumiendo: el WWF tiene como único interés defender la política y la economía de los grupos de poder europeos extendidos en todo el mundo. Es así de simple, e incluso el nombre World Wild Life Found no nos llevaría a engaño si con el entendemos que se trata de un fondo económico que ayuda a imponer el salvajismo en todo el mundo. Ya desde su fundación, el WWF tuvo el apoyo de instituciones de la corona británica relacionados con la política colonial. Así, mientras estas instituciones aseguraban la presencia de fuerzas imperiales en áreas estratégicas, la población europea y estadounidense comenzó a ser adoctrinada en el ambientalismo como una doctrina salvacionista dentro del materialismo, vinculada siempre a teorías neomalthusianas y profecías catastrofistas más o menos científicas. 

 Mientras tanto, durante las dos últimas décadas del S. XX, las generaciones más jóvenes literalmente “mamaron” el credo ecológico sin poder cuestionarse ni el origen ni el objeto de dicho credo, como una nueva pseudo-religión de salvación. Tan profundamente se enraizaron los “valores medioambientales” en la población, que escandalosas noticias que delataban la actividades criminales de instituciones ambientales como el Proyecto Lock, el Proyecto Stronghold y la participación del WWF en el tráfico de marfil (denunciado por el periodista Kevin Dowling), pasaron desapercibidas. Tampoco se dio ninguna voz de alarma al comprobar que cuanto más se desarrollaba el “movimiento ambientalista”, más y más problemas medioambientales aparecían, y que mientras políticos y hombres de estado comenzaban a hablar de “ecología y medioambiente”, el deterioro ambiental seguía acelerándose sin que nada ni nadie consiguiera tan siquiera frenarlo mínimamente. Esta farsa se mantiene hasta el día de hoy a través de una enmarañada red de mentiras. 

















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