En el caso particular de África, el proceso de parasitar y devastar el continente siguió tres etapas fácilmente distinguibles. En primer lugar, se invadió el continente y se establecieron “colonias” gobernadas por hombres de confianza de las diferentes coronas y repúblicas europeas. En 1885, todo el continente africano ya estaba repartido como si fuera un pastel entre los diferentes estados europeos (Reino Unido, Francia, Bélgica, Holanda, Alemania, España, Portugal, Italia...) A finales del S. XIX, el imperio inglés se mostraba como el máximo poder controlador del continente. La segunda etapa del plan imperial sobre África fue realizar la transición de un gobierno colonial a un gobierno financiero vía presidentes títeres y corruptos que inauguraban soberanías nacionales ajenas a diferencias culturales y étnicas, territorialmente delimitadas al capricho con tiralíneas.
Así, por poner un ejemplo, Rhodesia (nombre puesto en honor de Cecil Rhodes), pasó a llamarse Zimbawe, se cambió el color de la piel del presidente, del blanco Ian Smith se pasó al títere negro Mugabe, y a eso le llamaron “independencia”. Las grandes corporaciones mineras, petroleras, químicas, farmaceúticas, textiles... (inversiones y posesiones de las mismas élites europeas ya referidas) se establecieron en estos nuevos estados gobernados por auténticos peleles sin escrúpulos que ofrecen una política fiscal a medida de los intereses europeos. Todas las corporaciones más presentes en las explotaciones del continente africano están relacionadas directamente con las casas reales europeas y grandes grupos bancarios angloamericanos: Riotinto, N.M. Rothschild, Angloamerican, Monsanto, Minorco, De Beers, ICI, Unilever, Barclays, Shell, Lonrho... Sólo esta última, Lonrho (nombre acróstico de Londres y Rhodes) posee filiares dispersadas en todos (subrayamos: todos) los países africanos, siendo el mayor productor de comida industrializada en África, el mayor productor de tejidos, y el mayor distribuidor de vehículos. Después del control financiero, la destrucción del continente africano requiere una tercera fase. Como tercera etapa del proceso, la fuerza imperial europea trabaja para hacer de África un continuo baño de sangre que garantice que jamás pueda emerger un pueblo mínimamente íntegro y sano.
Los diversos pueblos africanos son continuamente machacados a través de todas las formas posibles de violencia, para mantenerlos en el trauma, la locura social y la indigencia. Todo este infierno hace que los estados africanos dependientes financieramente y rotos socialmente, se endeuden de tal forma, que la deuda sólo sea “perdonada” a cambio del derecho a explotación de los recursos del país.
La última etapa que culmina el proceso de destrucción requiere algo para llevarse a cabo. La fuerza imperial aún poseyendo un control financiero absoluto, requiere una presencia logística, un control territorial, una fuerza militar en el mismo continente africano. Si oficialmente una nación extranjera no puede operar libremente dentro de un estado soberano, se crea un organismo supranacional (La ONU) que podrá hacer y deshacer a su antojo. Si oficialmente un ejército europeo no puede tener presencia en un estado africano independiente, se creará un ejército de “cascos azules” nutrido de esos mismos ejércitos europeos. Si oficialmente un organismo gubernamental europeo no puede controlar territorialmente el continente, el Establishment se sacará de la manga una serie de incontables Organizaciones No-Gubernamentales y plataformas de la ONU (UNICEF, OMS, UNESCO...) que se encargarán de ello. Ahí es donde entra en acción el movimiento ambientalista.
Un 10% de todo el continente africano son parques, reservas y espacios protegidos en nombre de la conservación medioambiental. Un 10% del territorio africano supone un área de la extensión equivalente a tres penínsulas ibéricas. Este territorio nada despreciable es administrado y controlado por plataformas medioambientales de la ONU y organismos como WWF. Muchos de esos parques están ubicados en fronteras estatales y lugares geoestratégicos que interesan como plataformas de las actividades de ejércitos, guerrillas, tráfico de armas, drogas y caza furtiva. Así, a través del control estratégico de estos parques y reservas, la llamada “comunidad internacional” (es decir, la única fuerza imperial de la que ya hemos hablado) no sólo controlan los flujos migratorios y movimientos de refugiados, sino que controlan los movimientos de las milicias que generan los periódicos conflictos bélicos tan útiles y rentables para sus intereses. Es decir, en otras palabras: los parques y reservas controlados por organismos ambientales no sólo ejercen de “valla” para la población, que hace que las “ovejas” no se salgan de su rebaño, sino que también sirve para que los “lobos” se entrenen, se armen y se muevan a su antojo antes de atacar a sus presas.
Más del 30% de Ruanda son parques y reservas medioambientales, y gran parte de esos cotos se encuentran en la frontera con Uganda y República Democrática del Congo (el antiguo Zaire). Prefiero no introducir aquí el contexto histórico del conflicto étnico de la zona, siempre bajo gestión repugnante de las fuerzas coloniales europeas. En ese contexto de continuo conflicto, el RPF (Frente Patriótico Ruandés) se armó en Uganda e invadió Ruanda en 1990. El RPF estaba formado por miembros del Ejército de Resistencia Nacional de Museveni en Uganda. Ambos ejércitos fueron financiados y armados por el programa IMET del ejército británico y norteamericano, y todo su armamento de asalto era de fabricación israelí. Uganda era (y es aún hoy) un estado fantoche bajo control de la corona británica y los servicios de inteligencia angloamericanos.
La última etapa que culmina el proceso de destrucción requiere algo para llevarse a cabo. La fuerza imperial aún poseyendo un control financiero absoluto, requiere una presencia logística, un control territorial, una fuerza militar en el mismo continente africano. Si oficialmente una nación extranjera no puede operar libremente dentro de un estado soberano, se crea un organismo supranacional (La ONU) que podrá hacer y deshacer a su antojo. Si oficialmente un ejército europeo no puede tener presencia en un estado africano independiente, se creará un ejército de “cascos azules” nutrido de esos mismos ejércitos europeos. Si oficialmente un organismo gubernamental europeo no puede controlar territorialmente el continente, el Establishment se sacará de la manga una serie de incontables Organizaciones No-Gubernamentales y plataformas de la ONU (UNICEF, OMS, UNESCO...) que se encargarán de ello. Ahí es donde entra en acción el movimiento ambientalista.
Un 10% de todo el continente africano son parques, reservas y espacios protegidos en nombre de la conservación medioambiental. Un 10% del territorio africano supone un área de la extensión equivalente a tres penínsulas ibéricas. Este territorio nada despreciable es administrado y controlado por plataformas medioambientales de la ONU y organismos como WWF. Muchos de esos parques están ubicados en fronteras estatales y lugares geoestratégicos que interesan como plataformas de las actividades de ejércitos, guerrillas, tráfico de armas, drogas y caza furtiva. Así, a través del control estratégico de estos parques y reservas, la llamada “comunidad internacional” (es decir, la única fuerza imperial de la que ya hemos hablado) no sólo controlan los flujos migratorios y movimientos de refugiados, sino que controlan los movimientos de las milicias que generan los periódicos conflictos bélicos tan útiles y rentables para sus intereses. Es decir, en otras palabras: los parques y reservas controlados por organismos ambientales no sólo ejercen de “valla” para la población, que hace que las “ovejas” no se salgan de su rebaño, sino que también sirve para que los “lobos” se entrenen, se armen y se muevan a su antojo antes de atacar a sus presas.
Más del 30% de Ruanda son parques y reservas medioambientales, y gran parte de esos cotos se encuentran en la frontera con Uganda y República Democrática del Congo (el antiguo Zaire). Prefiero no introducir aquí el contexto histórico del conflicto étnico de la zona, siempre bajo gestión repugnante de las fuerzas coloniales europeas. En ese contexto de continuo conflicto, el RPF (Frente Patriótico Ruandés) se armó en Uganda e invadió Ruanda en 1990. El RPF estaba formado por miembros del Ejército de Resistencia Nacional de Museveni en Uganda. Ambos ejércitos fueron financiados y armados por el programa IMET del ejército británico y norteamericano, y todo su armamento de asalto era de fabricación israelí. Uganda era (y es aún hoy) un estado fantoche bajo control de la corona británica y los servicios de inteligencia angloamericanos.
África ha sufrido por muchos siglos trauma y mutilación psíquica de millones de generaciónes quedando incapacitados para toda la vida entera. Cuando se habla de Ruanda (el caso mas famoso) en ese entonces las sociedades europeas quedaron temporalmente conmocionadas, cuestionando la utilidad de las tropas de la ONU, y preguntándose retóricamente “cómo todo eso era posible”. Fue posible porque alguna fuerza lo hizo posible, y de la misma forma, la ONU no resulta inútil si se discierne para qué y para quién resulta útil. La hipocresía europea se preguntaba “por qué los cascos azules no estaban cuando comenzaron las matanzas”, en vez de cuestionarse por qué estaban allí los cascos azules durante todos los años anteriores a las matanzas. Las tropas del UNAMIR huyeron como ratas ante un naufragio. En un conflicto en el que murieron 800.000 personas, un contingente de 2539 soldados tuvo 10 bajas: un verdadero éxito.
Actualmente, Ruanda (como todos los países de la zona) tiene presencia de tropas de la ONU. Además, Ruanda tiene un gran potencial mineral (especialmente, oro) que ya está siendo explotado por corporaciones mineras europeas (también en Tanzania, en Uganda, en Burundi...). Por supuesto, la WWF continúa con sus planes de protección del gorila en los parques naturales que ya hemos nombrado; actualmente, numerosos turistas europeos visitan estos parques para fotografiar animales y tener una experiencia de naturaleza y aventura.
Me adelanto a las críticas que –me consta- se puede recibir de lectores ambientalistas que dirán que “se esta atacando al todo a través de una parte”. En este artículo no se ha abordado una “parte” del ambientalismo, sino su origen, fundación y núcleo actual. El movimiento ambientalista “total” del que hablarán nuestros críticos no es el “todo”, sino el “resto” del problema que aquí se expone. Este resto o no sabe esta información, o no quiere saber, o prefiere mantener la ingenuidad necesaria para mantener su empleo y cierta cordura.
Me adelanto a las críticas que –me consta- se puede recibir de lectores ambientalistas que dirán que “se esta atacando al todo a través de una parte”. En este artículo no se ha abordado una “parte” del ambientalismo, sino su origen, fundación y núcleo actual. El movimiento ambientalista “total” del que hablarán nuestros críticos no es el “todo”, sino el “resto” del problema que aquí se expone. Este resto o no sabe esta información, o no quiere saber, o prefiere mantener la ingenuidad necesaria para mantener su empleo y cierta cordura.