/

jueves, 18 de agosto de 2022

Sapiens. De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad de Yuval Noah Harari


Esto es puro SENSACIONALISMO Y POPULISMO CIENTÍFICO: Esto está lleno de errores y conclusiones apresuradas.
Harari puede ser considerado un buen narrador, un escritor imaginativo, capaz de envolver al lector, pero ciertamente no un pensador de primer orden y ni siquiera un historiador confiable. Harari se beneficia de escribir como si lo que estuviera diciendo tuviera bases científicas -así suena ciertamente más convincente- pero muchas de sus teorías o argumentos son solamente especulación, más cercanas a la ciencia ficción que a la ciencia.

No me extraña que Harari sea tan popular entre los principales ejecutivos de Silicon Valley porque postulan una visión en la que la ciencia y la tecnología son el fundamento mismo de la existencia y lo que nos diferencia de otras especies. Conciben al ser humano como "un algoritmo" que puede ser rediseñado; y aunque Harari crítica algunas de las prácticas de las grandes empresas de Silicon Valley, su pensamiento no deja de alinearse con una visión tecnocéntrica del mundo. Harari incluso sugiere que, ya que sólo somos bits y genes, a través de la inteligencia artificial y la ingeniería genética alcanzaremos un estados similar a los dioses (Homo deus), lo cual es música para los oídos de Elon Musk, Larry Page o Mark Zuckerberg.

Esto es como una combinación de Richard Dawkins y Jordan Peterson en versión optimizada para Silicon Valley. Acaso porque hay algo en él del ateísmo militante de Dawkins y porque, como Jordan Peterson, se ha convertido en el intelectual del hombre poco culto: con un discurso que hila con suma facilidad grandes narrativas para proveer una solución sencilla, que explica todo en una lista o en una serie de bullets, generalmente en sintonía con ciertos prejuicios de la sociedad. Ofrecer respuestas fáciles en tiempos difíciles e inciertos parece ser la receta del éxito. Lo que Peterson hace con la psicología, Harari lo hace con la historia.

Lo primero es igualar toda la naturaleza a la computadora o a la máquina, lo que es un mito construido en parte a raíz de las ideas de Descartes y de Newton y, por otro lado, como derivación de la era industrial. O, en otras palabras, la creencia de que el ser humano y el universo mismo son puro mecanismo, algo que incluso la ciencia más actual desmiente. Este error es sumamente importante, pues hace que busquemos soluciones a las cosas orientándonos solamente hacia lo que la tecnología puede ofrecernos y no a nuestra propia naturaleza.


Él escribe que "la era en la que la humanidad estaba indefensa ante las epidemias naturales ha concluido", algo que contradicen las millones de personas que han sufrido infecciones de covid estos años o que han padecido diversos efectos sociales, económicos y sanitarios de la pandemia.
Tambien hace uno de sus típicos juicios generales; escribe:
"Los grandes depredadores suelen ser criaturas majestuosas. Millones de años de dominio los han llenado de autoconfianza. El Homo sapiens, en contraste, es como un dictador de una república bananera. Al ser, hasta hace poco, uno de los más débiles de la llanura, estamos llenos de miedos y ansiedades sobre nuestras posiciones, lo cual nos hace doblemente crueles y peligrosos.

Y es por este salto vertiginoso, explica, que "muchas calamidades históricas, desde guerras hasta catástrofes ecológicas, han resultado". Los seres humanos pueden no tener mucha confianza, pero ciertamente él como autor sí la tiene. Este juicio no tiene ningún sustento en estudios científicos ni, por supuesto, ninguna manera de ser comprobado o refutado. Puede sonar interesante y seducir a algunas personas, eso sí, porque arroja una gran narrativa y explica el mal de un solo brochazo. Harari hace todo tipo de suposiciones infundadas y reduce todo a la biología; la complejidad de la historia, los sucesos que claramente tienen que ver con la cultura y las ideas que el ser humano ha cultivado –Napoleón, Hitler, el calentamiento global, la extinción de animales exóticos–, son reducidos al miedo, transmitido genéticamente, a ser devorado por otros depredadores. Este pasaje evoca una buena historia de Disney, pero "está vacío de ciencia".

Debemos ser cuidadosos en elegir aquello a lo que le dedicamos nuestra atención. Esta cuestión resulta especialmente delicada cuando estas predicciones son escuchadas con entusiasmo por la élite de Silicon Valley y Washington (uno de los lectores de Harari es Obama). Por ejemplo, ideólogos como Harari tienen influencia sobre el destino de grandes cantidades de dinero.

Una de sus ideas especialmente peligrosas es que "la tecnología nos conoce mejor que nosotros mismos", lo cual es, de nuevo, música para los oídos de la nueva religión del "dataísmo". Es cierto que Harari crítica algunos aspectos del dataísmo, pero él mismo provee los fundamentos para establecer esta religión, pues si el ser humano no es más que datos y la tecnología nos conoce mejor que nosotros, entonces esta es igual a Dios.

y que decir de sus descripciones de la biología (y sus predicciones sobre el futuro) están guiadas por una ideología prevalente entre tecnólogos como Larry Page, Bill Gates, Elon musk y otros... Al hacer eco de las narrativas de Silicon Valley, el populista científico Harari promueve -otra vez más- una falsa crisis. Peor aún, distrae nuestra atención de los verdaderos problemas que suponen los algoritmos y el poder sin control de la industria tecnológica.

Harari comparte la visión de que la tecnología tiene un poder trascendente y que es "objetivamente" verdad que los seres humanos somos algoritmos. Por ello es obvio que, si no queremos volvernos obsoletos, debemos actualizarnos, es decir, integrarnos a la inteligencia artificial que supuestamente está a la vuelta de la esquina. No obstante, él mismo advierte que esto podría cobrar tintes distópicos, como señala en una de sus "predicciones", según la cual "la humanidad se dividirá en dos castas: una que vivirá doscientos años y otra que vivirá cincuenta".

A fin de cuentas, Harari ofrece una visión nihilista del mundo, pues cree entender que la vida no tiene ningún significado inherente y somos sólo algoritmos o, como dijo Dawkins, "robots apesadumbrados". La realidad es que esto no es algo que pueda ser demostrado por la ciencia y que además se opone a mucho de lo mejor del pensamiento que nos han legado las humanidades, el cual tiene una concepción mucho más noble del ser humano y del cosmos. Las ideas y narrativas que nos contamos son enormemente influyentes (como, de hecho, el propio Harari reconoce), incluso más que nuestros genes. La narrativa que el historiador israelí hila no es particularmente halagadora o inspiradora para el espíritu humano. Pero tampoco tiene una relación particularmente cercana con la verdad, por lo que resulta un tanto inepto prestarle tanta atención y otorgarle tanta autoridad.
bloquear clic derecho

No hay comentarios.:

Publicar un comentario