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lunes, 31 de diciembre de 2018

Diario, Fin de año





Nos hacen falta maestros no solo de vida interior, sino sencillamente de vida, de una vida total, de una existencia digna de ser vivida. Nos hacen falta cartógrafos y testigos del corazón humano, de sus infinitos y arduos caminos, pero también de nuestra cotidianidad, donde todo es y no es extraordinariamente simple. Necesitamos una nueva gramática que concilie en lo concreto los términos que nuestra cultura concibe como irreconciliables: razón y sensibilidad, eficacia y afectos, individualidad y compromiso social, gestión y compasión, espiritualidad y sentidos, eternidad e instante. ¡Deberíamos hacer una mística del instante de los sentidos!

Uno de los aspectos centrales de la mística del instante es cambiar nuestra relación con el tiempo. Nuestra mayor crueldad es el tiempo. Como un torpe fabricante de trampas que acaba siempre prisionero en los mecanismos que produce, también nosotros inventamos el tiempo y nunca lo tenemos. Nuestros relojes nunca duermen. ¿Cuántas veces el tiempo es nuestra disculpa para renunciar a la vida, para perpetuar el desencuentro que mantenemos con ella? Como no tenemos siglos por delante, renunciamos a la audacia de vivir con plenitud el breve instante. La imagen de Cronos devorando lo que engendra nos obsesiona. El tiempo nos consume sin orientarnos de verdad hacia la consumación de la promesa. En este sentido, el consumo desenfrenado no es mas que una bolsa de compensaciones. Es obvio que las cosas que adquirimos son, en ese momento, más que cosas: son promesas que nos hacen señas, son protestas impotentes por una existencia insatisfactoria, son ficciones de nuestro teatro interior, son una carrera contra el tiempo. En vedad necesitamos reconciliarnos con el tiempo. No nos sirve una concepción lineal del tiempo, ininterrumpido, mecánico, puramente histórico. El continuum homogéneo del tiempo que dibuja la teoría del progreso no conoce la ruptura por la novedad inesperada. La redención es esa novedad. Necesitamos reconocer un doble significado en el instante presente. El presente puede ser un pasaje horizontal, cuantitativo, con la esperanza de una realización entre este instante y el que lo sigue. Pero el presente tiene también un sentido vertical que revaloriza el tiempo y lo abre a la eternidad. Es el tiempo cualitativo, epifánico.
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