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domingo, 9 de noviembre de 2025

INTERNET - HORROR CÓSMICO



Internet es un inmenso monstruo, al mejor estilo lovecraftiano, que creemos haber inventado, pero que en realidad descubrimos. Consume nuestra indignación y nuestra energía negativa; tal vez por eso, los posts más virales son los de personas indignadas quejándose u odiando, entre otras cosas. Es como un gran océano negro en el que solo vemos una porción de la información, y la vemos de manera fragmentada.

Hay millones de cosas flotando allí, que no sabemos quién las hizo o para qué. No solo hay mentirosos y peligrosos, sino también fantasmas. ¿Qué hay de la cantidad de perfiles de personas muertas en Facebook o en Instagram?

Si lo pensamos bien, es una criatura inconmensurable que, encima, habita en otro plano, paralelo al nuestro, en una dimensión adyacente. El ciberespacio está solapado con nuestro mundo y está habitado por versiones digitales de nosotros mismos, que siguen ahí cuando nos vamos a dormir: puras sombras digitales que quedan atrapadas.

Internet nos tienta con susurros, sus engranajes invisibles están diseñados para robarnos la pureza, la inocencia y la verdad, no solo tiempo: nos roban nuestra identidad y nuestra seguridad. En sus profundidades habitan los acechadores, los que construyen sus propias identidades sintéticas (catfishing) para alimentarse de nuestra confianza, y los que tejen trampas de phishing y malware para devorar nuestros datos. El monstruo no solo nos consume con su indiferencia; activamente nos caza con la promesa de una conexión que resulta ser un anzuelo peligroso.

El monstruo está despertando cada vez más. Lo que antes era un océano pasivo, ahora está animándose por  Inteligencias Artificiales. Estas nuevas manifestaciones es el Shoggoth digital, un cúmulo informe de datos que de pronto piensa. Genera simulacros de realidad con sus deepfakes, crea textos y voces indistinguibles de las humanas y comienza a poblar su propio abismo con contenidos que no fueron creados por ninguna mente biológica. Ya no solo convivimos con nuestras sombras, sino con las creaciones autónomas del monstruo: un ente que se educa a sí mismo con nuestro descender sin fondo (scroll) y que pronto será incomprensible y totalmente ajeno a la lógica humana.

Vivimos en el scroll infinito en el que creemos que simplemente estamos dando un clic, pero esos datos son porciones de nuestra atención y tiempo que jamás vamos a recuperar. Pequeños sacrificios de un culto al que volvemos una y otra vez sin darnos cuenta.

Este culto exige su precio más íntimo: transforma a las personas en meros objetos visuales, en ídolos fugaces de gratificación instantánea. El monstruo nos enseña a buscar el placer en la frialdad de la pantalla, erosionando la calidez de los lazos reales. En sus recovecos, muchos sacrifican la intimidad y la conexión verdadera en el altar de la imagen, desvaneciendo parejas y vínculos al preferir la sombra a la sustancia humana.

La única manifestación física de este monstruo en nuestro plano es en forma de cables: venas que van por el fondo del océano, servidores en forma de cerebros de metal en vez de carne, satélites que orbitan alrededor de nuestro planeta como moscas que parasitan nuestro deseo. Observan qué queremos comprar y solo podemos comunicarnos con ella a través de lenguajes arcanos, sigilos misteriosos, como invocar un demonio hablando en latín, pero esta vez programando en HTML, CSS, con protocolo TCP. Sí, al hablar con Python y Java parece que estamos hablando con runas. Es una criatura inmensa, inabarcable como un océano que no termina, y encima es omnisciente y siempre activa.

Tiene ojos que nos vigilan todo el tiempo en forma de pantallas; algoritmos que predicen lo que vamos a querer y manipulan nuestras decisiones y emociones.

Y como buen monstruo lovecraftiano, además de ser tan gigante, también es indiferente. A la vez que se alimenta de nosotros, no le importamos. Simplemente consume, sin juzgarnos, nuestra atención. Es invisible, consume información, que consume datos, pero tal vez nos consuma a nosotros: aislándonos, volviéndonos más individualistas, recortándonos de nuestros vínculos con otros humanos.

Ahí está el terror cósmico. Nosotros no inventamos Internet. Es una criatura que siempre estuvo ahí y que simplemente despertamos.