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martes, 25 de julio de 2023

El Anti-Arte Moderno

Una mujer mira "Take the Money and Run" del artista danés Jens Haaning en el
Kunsten Museum of Modern Art, en Aalborg, Dinamarca

Este año descubrí a la señora Avelina Lésper con su obra El Fraude del Arte Contemporáneo, un libro que expresa con claridad lo que muchos piensan pero no se atreven a decir sobre el arte moderno "VIP", habla sobre su falta de talento y la forma en que muchos "artistas" se han dedicado a vender humo, aprovechándose de la ignorancia o el esnobismo. Su dura crítica a determinadas prácticas y tendencias del mundo del arte contemporáneo proclamando su gran desconexión de la belleza y la habilidad técnica, y en su lugar se ha centrado demasiado en conceptos abstractos y provocativos. Lésper afirma que este enfoque ha dado lugar a obras que carecen de valor estético y sólo dependen de la capacidad de generar controversia o debate. El libro también examina la relación entre el arte contemporáneo y el mercado del arte, afirmando que el sistema de galerías, subastas y coleccionistas ha contribuido a crear un entorno favorable al fraude y la manipulación. 

El mundo de la creatividad en general, de la cultura y del arte, han sido absorbidos durante el último medio siglo por lo que se denomina, cada vez con mayor naturalidad y sin rubor: Industria "cultural" o "del entretenimiento", (valga el oxímoron).

Dentro de la industria cultural y artística distinguimos dos ámbitos o tendencias marcadamente diferenciadas: la cultura de masas, que alcanza su mejor expresión en la llamada cultura pop y la cultura de las élites, considerada como superior intelectual y socialmente, la propia de los sectores sociales más educados ("cultivados") que quieren distinguirse de la vulgaridad de la cultura de masas.

Ninguna de las dos es propiamente una cultura artística o un Arte en sentido tradicional y clásico. La primera es un producto meramente industrial y por tanto carente de verdadera alma, tiene de cultural lo mismo que una lata de conservas pero de ningún modo puede encontrarse en ello algo artístico. 

La segunda categoría que hemos señalado es, por su parte, algo mucho más sofisticado y pernicioso, pues no se trata de un falso arte -como pudiera ser aquel que consistiera en la imitación repetitiva y formal carente de contenido y significado-, sino que es aquello a que pueden aplicarse en rigor los términos de contracultura y anti-arte. Topamos así una vez más con la inversión y suplantación -tan propia de la modernidad y la anti-Tradición- del arte verdadero y no con una mera imitación.

Existe toda una industria cultural que emplea frecuentemente la etiqueta de "popular" y que se dirige a formar y educar a los dominados. Esta industria del entretenimiento produce un cine para los dominados, una literatura para los dominados, una música para los dominados, diferentes modas con que entretenerles y hasta una forma de ser y de comportarse propia dirigida a los dominados. Así se implanta en la práctica la ingeniería social.

El Arte verdadero es la expresión del alma de una civilización y tiene por ello un valor sagrado para los miembros de dicha cultura; la cultura de masas no lo es de ningún modo y se aproxima más bien a un desperdicio, un subproducto -de ahí que sean posibles las modas y el usar y tirar el 'producto cultural'- industrial destinado no tanto a responder o llenar un anhelo del alma, como a controlar ciertas tendencias del psiquismo inferior y el cuerpo.

Es una evidencia que la llamada "cultura de masas" ha suplantado a cualquier arte popular o folclore imponiendo un imaginario diseñado por unos pocos sobre toda la población. Es el tipo de acumulación y concentración de poder capitalista aplicado en este caso a los referentes culturales, las ideas, los valores, los gustos, etc. La civilización industrial produce mediante unos escasos centros de producción 'cultural' todos los referentes culturales de la sociedad. Como cabe esperar no solo la 'producción cultural' está concentrada en unas pocas manos sino que los procesos de decisión acerca de la mercancía producida no son precisamente 'democráticos' ni igualitarios.

La 'cultura de masas', cuya mejor expresión son las estrellas del pop, persigue embrutecer y mesocratizar a la población, extirpando cualquier inquietud intelectual así como cualquier raíz cultural o identitaria en el sujeto espectador, paradigma del ciudadano moderno. Pero el objetivo último es mucho más profundo: instaurar una mediocridad en las almas. Recordemos que el alma humana se nutre de impresiones y esta moderna cultura audiovisual con su sobrestimulación supone tanto por cantidad como por calidad una agresión permanente al alma. Así, aunque el objetivo a corto plazo es el control mediante la sobresocialización y manipulación de emociones y actitudes del ciudadano-espectador, la consecuencia última de este proceso tiene un alcance mucho más profundo y siniestro.

En paralelo a esta industria del entretenimiento para los dominados existe otra producida para las élites, si bien sería más adecuado denominar a las élites de poder y económicas de la sociedad actual: anti-élites. Gracias a esta industria del arte moderno estas anti-élites poseen sus propias modas, escuchan su propia música, leen su propia literatura y también poseen su propio 'canon' artístico -invertido respecto del arte tradicional-. Estas modas en ocasiones influyen la 'cultura de masas', aunque en general se trata de dos sensibilidades bien diferenciadas. 

El alma humana se alimenta de impresiones y la consecuencia de un anti-arte o arte degenerado es justamente degenerar y enfermar el alma humana. Aquí encuentran su lugar natural el feísmo y lo desagradable en oposición a la búsqueda natural de la Belleza por parte del artista, incluso aunque esta se produzca de un modo tan básico como pueda ser la imitación de la naturaleza.   

Todo esto tiene una lectura socio-política evidente: la destrucción del canon artístico tradicional equivale a la destrucción de lo común, es decir la comunidad, y muy particularmente a la destrucción de su dimensión psíquica, presente por ejemplo en la  asunción de la identidad. 

En este sentido el anti-arte contemporáneo o al menos algunas de sus creaciones, sí ofrecen un campo de estudio interesante en tanto son síntoma de las enfermedades del alma que afectan al hombre de la postmodernidad.


Es evidente que más que critica y personas como Avelina (que creo que si son importantes) necesitamos y urge: Arte, el arte cuando es autentico tiene la capacidad de responder las preguntas existenciales más profundas del ser humano y tristemente tenemos una inmensa ausencia de ello en nuestra actualidad.

Yo pienso, creo y sé, que como artista debemos ser ese puente entre la naturaleza y lo sobre natural para revelar lo verdaderamente transcendental.

El arte ha pasado a ser esclavo de la gestión política ideológica del hoy, y el arte hoy en día es servil y ha perdido esa libertad que ganaba aspirando a lo bello encarnando los mundos inmateriales para ayudar al hombre a resurgir.

Tenemos que desafiar al oficialismo, respondiendo al anhelo de la gente común, en su intimidad, la gente quiere belleza, no esteticismo del mundo contemporáneo, arte que haga pensar que nos lleve a lo profundo, lo que nos levanta; no la crítica, la crítica es fácil. No necesitamos críticos, que es lo que abunda, necesitamos arte, almas que hagan ARTE. Que trasgredan lo que nadie habla con su forma y contenido. Los artistas de nuestra sociedad trasgreden los límites que le permite el que puso los límites, es una trasgresión institucional, transgresión financiada.

El artista tiene que revelar lo bello, no la arrogancia y soberbia del mundo.

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