Algunas nacen de un suceso mínimo, de una sensación que despierta la tormenta y, al mismo tiempo, la calma. Otras se deslizan como un arroyo sereno, cuya transparencia deja ver el fondo azul de la vida, de las vidas, de cualquier vida.
Seda no es solo una historia, es un soplo, un murmullo. Un eco contado en voz baja, donde el amor no grita, sino que flota entre silencios. Hervé Joncour viaja lejos, allí donde el sol nace y las palabras se disuelven como el vuelo efímero de una mariposa. Busca seda, pero encuentra una mirada, un rostro que no se pronuncia y que, sin embargo, lo nombra. Japón es un susurro prohibido, un mapa de deseos trazado en la piel de una carta. El tiempo se pliega como los hilos más finos, y el amor, invisible como el viento, teje su destino con hilos de ausencia.
Alessandro Baricco no escribe, borda. Hilvana frases como filamentos dorados, tejiendo un relato breve, pero infinito en su belleza.
Leer Seda ha sido una exquisitez para mi presente, una forma de reconocer el mundo en sus cenizas. Un intento por hallar las huellas de lo fugaz e induradero en lo definitivamente estéril.
La historia transcurre entre detalles sensoriales que envuelven al lector en un efecto de extrañamiento, sumergiéndolo en un mundo etéreo, oscilante entre la suavidad y la violencia, entre la calma profunda del mar y las olas encrespadas de la tempestad.
No todos leemos el mismo libro, y Seda es prueba de ello. Nos deja inferir tanto que cada lector reconstruye una historia distinta. No la recordaremos de la misma manera, porque lo que Seda sugiere es tan amplio como lo que calla.
Entre las preguntas que emergen en mi lectura, dos me persiguen: ¿Cómo fue la complicidad entre Baldabiou y Hélene, para que él le contara sobre la muchacha? ¿Cómo supo ella lo que no tenía manera de saber? Y otra más: ¿Por qué Hara Kei no mató a Hervé Joncour cuando pudo hacerlo?
Cada respuesta es un espejo en el que se reflejan nuestras propias conjeturas.
Para mí, Baldabiou y Hélene eran almas que se amaban, aunque no como los amantes que se pierden en la pasión, sino como aquellos que se sostienen en la ausencia. En mi novela particular, mientras Hervé viajaba, ellos aguardaban. Y en ese tiempo compartido, tejieron una amistad capaz de traspasar silencios. Baldabiou le contó la verdad sobre Japón porque Hélene debía saberla. Porque a ella no podía mentirle.
Me quedo en el alma con:
“Cenizas de una voz quemada.”
“No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió.”
Seda no se toca,
se siente.