Algunas nacen de un suceso mínimo, de una sensación que despierta la tormenta y, al mismo tiempo, la calma. Otras se deslizan como un arroyo sereno, cuya transparencia deja ver el fondo azul de la vida, de las vidas, de cualquier vida.
Seda no es solo una historia, es un soplo, un murmullo. Un eco contado en voz baja, donde el amor no grita, sino que flota entre silencios. Hervé Joncour viaja lejos, allí donde el sol nace y las palabras se disuelven como el vuelo efímero de una mariposa. Busca seda, pero encuentra una mirada, un rostro que no se pronuncia y que, sin embargo, lo nombra. Japón es un susurro prohibido, un mapa de deseos trazado en la piel de una carta. El tiempo se pliega como los hilos más finos, y el amor, invisible como el viento, teje su destino con hilos de ausencia.
Alessandro Baricco no escribe, borda. Hilvana frases como filamentos dorados, tejiendo un relato breve, pero infinito en su belleza.
Leer Seda ha sido una exquisitez para mi presente, una forma de reconocer el mundo en sus cenizas. Un intento por hallar las huellas de lo fugaz e induradero en lo definitivamente estéril.